martes, 26 de junio de 2007

La "teología del borrico"

San Josemaría desarrolló toda una "teología del borrico".

En su profunda humildad, consideraba que a partir del día 2 de octubre de 1928 -fecha de fundación del Opus Dei- "el borrico sarnoso se dio cuenta de la hermosa y pesada carga que el Señor, en su bondad inexplicable, había puesto sobre sus espaldas. Ese día el Señor fundó su Obra" (Apuntes íntimos, n. 306).



Ante la belleza de la vocación recibida, crecía en él la humildad y -en la comparación- "se calificaba a sí mismo de 'burrito sarnoso', de 'trapo sucio', de 'instrumento inepto y sordo', de 'saco de miserias', de 'nada y menos que nada'. Se veía, en la presencia de Dios, como 'fundador sin fundamento', como 'fragilidad, más gracia de Dios', como 'un bobo muy grande'. Era, en suma, 'pobre fuente de miseria y amor', un 'pecador que ama con locura a Jesucristo'" (Vazquez de Prada, El fundador del Opus Dei, vol. I, Madrid, 2002, p. ).



La verdadera humildad no consiste en que nos despreciemos a nosotros mismos, sino en conocernos a nosotros mismos a la luz de Dios. Bajo esa iluminación aparecen nuestra miseria y nuestra grandeza. San Josemaría no encontró una imagen mejor que la del "burrito" para expresar esta realidad: "Puras matemáticas: José María = Borrico sarnoso" (Apuntes íntimos, n. 116).

Esta cariñosa autocalificación era sólo conocida por su confesor. Pertenecía a la esfera de su intimidad. Por esta razón, el suceso que experimentó en diciembre de 1931 le dio mucho que pensar. Así lo relata en sus apuntes íntimos:

"Octava de la Inmaculada Concepción, 1931: En la tarde de ayer, a las tres, cuando me dirigía al colegio de Santa Isabel a confesar las niñas, en Atocha por la acera de San Carlos, esquina casi a la calle de Santa Inés, tres hombres jóvenes, de más de treinta años, se cruzaron conmigo. Al estar cerca de mí, se adelantó uno de ellos gritando: "¡le voy a dar!", y alzaba el brazo, con tal ademán que yo tuve por recibido el golpe. Pero, antes de poner por obra esos propósitos de agresión, uno de los otros dos le dijo con imperio: "No, no le pegues". Y seguidamente, en tono de burla, inclinándose hacia mí, añadió: "¡Burrito, burrito!"
Crucé la esquina de Santa Isabel con paso tranquilo, y estoy seguro de que en nada manifesté al exterior mi trepidación interna. Al oírme llamar, por aquel defensor!, con el nombre —burrito, borrico— que tengo delante de Jesús, me impresioné. Recé en seguida tres avemarías a la Santísima Virgen, que presenció el pequeño suceso, desde su imagen puesta en la casa propiedad de la Congregación de San Felipe".

San Josemaría atribuyó el ataque a una acción diabólica, y la defensa a su Ángel Custodio. Sentirse llamar con ese mismo calificativo con el que el se ponía delante de Dios le reconfortaría y debió suponer un nuevo motivo para ahondar en la "teología del borrico".

En su reciente libro "En las afueras de Jericó", el cardenal Julián Herranz se muestra como un buen discípulo de san Josemaría. Varias anécdotas por él vividas y narradas nos lo confirman.


1. - El 4 de enero de 1961, el Papa Juan XXIII visitó la Congregación en la que trabajaba don Julián. Al entrar en su despacho, se fijó en una figurita de un burro que él tenía sobre la mesa. "- ¿Qué es esto?" -preguntó. "- Un burrito, Santidad. Me lo ha dado el fundador del Opus Dei, monseñor Escrivá, que les tiene gran aprecio. Al ver su cara de sorpresa , le expliqué que el Padre recordaba siempre que, mientras los hombres se negaron a dar posada a la Sagrada Familia, un borrico dio calor al Hijo de Dios en Belén, y que otro más lo llevó en su entrada triunfal por las calles de Jerusalén. Los borricos son animales de carga, le dije: humildes, recios, trabajadores, con las orejas tiesas hacia arriba, como antenas para captar las ondas divinas... Y concluí: - Nuestro Fundador nos anima a imitarlos para que trabajemos siempre con el alma mirando al Cielo, para escuchar bien las mociones de Dios. Juan XXIII tomó la figurilla entre las manos, la miró con cariño, tiró de las orejas hacia arriba, y me dijo, sonriendo: - Yo también quisiera ser un borriquito de Dios".

2. - Ese mismo burrito que tuvo entre sus manos Juan XXIII fue regalado por don Julián al Papa Juan Pablo II en la audiencia privada que éste le concedió el 2 de febrero de 1984.

- ¿Qué es eso?

- Santidad, considérelo un pequeño regalo. En sí no vale nada, pero es algo particularmente valioso y significativo para mí: un borriquillo que me dio el fundador del Opus Dei cuando entré al servicio de la Santa Sede en 1969, en los años de preparación del Concilio. Ahora es ya una reliquia (.../...) Me evoca la teología del borrico, que me hace mucho bien.

- ¿La teología del borrico? ¿Y en qué consiste esa teología? - Me preguntó con extrañeza el Papa.

- La aprendí de monseñor Escrivá hace muchos años. Él amaba mucho la figura del borrico por razones ascéticas: en su gran humildad, él se veía como un borrico sarnoso y, en su deseo de enseñarnos a santificar el trabajo ordinario, nos ponía el ejemplo del borrico de noria. Pero también lo amaba por razones claramente bíblicas: según la tradición, un borrico dio calor al Niño en la noche de Belén, junto a María y a José, cuando los hombres negaron posada a la Virgen que iba a traer al mundo a su Salvador; y fue igualmente un borrico el que llevó a Jesús encima durante su entrada triunfal en Jerusalén. Noté que la mirada del Papa pasaba de la extrañeza al interés, un intenso interés. Continué:

- El fundador del Opus Dei nos enseñaba a sus hijos que el Señor podía haber hecho esa entrada triunfal cabalgando sobre un caballo o, añadía a veces, en una cuadriga romana, pero prefirió hacerlo sobre un borriquito. Incluso cuando envió a dos de sus discípulos a la aldea de Betfagé para que desataran el jumento y se lo trajeran, añadió: y si alguien os pregunta por qué hacéis eso, responded que el Señor tiene necesidad de él. Se cumplía así la profecía de Zacarías y, al mismo tiempo, el Señor ensalzaba la figura mansa y sencilla del borriquillo: un animal de carga, humilde, obediente, duro en el trabajo, austero, que se contenta con poco y, a la vez, de trote decidido y alegre.

Me quedé callado, porque me pareció que ya había hablado mucho. Sin embargo, el Papa me animó: - Siga, siga.

-Santidad, si mira ese borriquillo, verá que tiene unas orejas finas y estiradas hacia arriba. Monseñor Escrivá comentaba que son como antenas levantadas al cielo para captar la voz de su amo, de Dios. Y es que, para ser Opus Dei, el trabajo ha de ser contemplativo: hecho en medio del mundo, pero en presencia de Dios.

Callé de nuevo, porque habíamos superado con creces el tiempo normal de las audiencias y acababa de entrar en el estudio el prelado de antecámara, para indicar discretamente que otras visitas esperaban.

Juan Pablo II se alzó con un gesto como de resignación y, mientras le besaba la mano y le pedía su bendición, añadió: - Tenemos que seguir hablando de esto" (Julián Herranz, En las afueras de Jericó, Rialp, Madrid 2007, pp. 319-20)

3. - Y hubo una ocasión para seguir hablando de ese argumento, aunque sucediera quince años más tarde. Don Julián había estado en Palestina y pensó regalarle al Santo Padre una figurita de un borriquillo que había comprado allí, en Jerusalén. Estaba próximo el Gran Jubileo de 2000.

- "Santo Padre, le traigo este borriquito de Palestina. Está hecho con madera del monte de los Olivos, de la zona concreta donde estaba Betfagé. Se lo traigo para que le lleve pronto a Jerusalén. Allí esperan al Vicario de Cristo, como hace dos mil años le esperaron a Él.

Juan Pablo II me escuchó sonriendo: noté claramente la sonrisa, a pesar de la rigidez facial que le producía su enfermedad de Parkinson. Y, a la vez que en su mirada se encendía la esperanza de poder cumplir ese vivísimo deseo durante el Gran Jubileo del año 2000 exclamó:

- ¡Qué bella idea"

(Julián Herranz, op. cit., p. 353)

Las anécdotas son suficientemente expresivas y condensan lo que se podría calificar de "teología del borrico".

6 comentarios:

Alfonso dijo...

Son muchos las figuras de borrico, hechas de diveros materiales, que andan por el mundo recordando que es un animal muy bonito y significativo. Cuando trabaja y trabaja nos recuerda a esas antiguas norias con las que sacaban agua del pozo, para regar en huerto vecino, usando su fuerza y su constancia. El borrico está ahí trabajando en agosto o en febrero, haciendo siempre lo mismo y esperando sólo un poco de paja al final del día.
Esta actitud tiene una lectura teológica y personal que podemos aplicar a nuestras vidas. Nos dice que hacer todo lo que esté en nuestras manos para llevar adelante la huerta que cada uno tiene sembrada, siempre trae fruto. Esa huerta es nuestra vida y el borrico nos enseña que con nuestra constancia en esas obligaciones de todos los días, hechas una y otra vez, a pesar de que a veces parezcan infructuosas, no lo son. Son tareas que hechas con cariño, tienen su fruto, inmenso si ese amor se acompaña de un motivo sobrenatural.El burro, con su siempre hacer lo mismo, nos arroja esperanza a esas tareas aparentemente iguales y nos ayuda a comprender que tienen un gran valor a los ojos de Dios.

rsanzcarrera dijo...

Muy buen post, Joan. Cada vez me gusta más tu blog. Seguimos en contacto. Un abrazo, Rafael

RAFAEL dijo...

Impresionan las profundidades antropológicas y teológicas que pudo representar, con la sencilla imagen del borrico, un "hombre de Dios", y todo lo que nos hace reflexionar... Además, estos relatos de San Josemaría, reflejan algunas de sus cualidades: Amor a Jesús y a Virgen, humildad, visión sobrenatural, responsabilidad, obediencia, conocimiento de la naturaleza humana (fortalezas y debilidades), confianza, generosidad, laboriosidad, alegría…

Luego, el comentario de Alfonso con el "borrico de la noria", muy oportuno, destaca varias cosas, particularmente: que la figura del animalillo en labor, expresa lo trascendente (aunque no lo parezca) del trabajo ordinario, la santificación que ofrece si se hace con sentido, y la manifestación de virtudes como la fortaleza, constancia, austeridad, paciencia, sencillez, servicio…

Estoy seguro que el borriquillo no pensaba si su trabajo le "aburría" o le "divertía", pues estos sentimientos no corresponden…

Me viene a la mente, esas dos expresiones que van definiendo la vida de mucha juventud (y de adultos inmaduros), de hoy en día: -"me divierte", -"me aburre"…

Tal reducción de todo lo que significa ese universo que es la vida de una persona humana, es triste.

Se rechaza la rutina..., lo constante, lo ordinario ("antes muerta que sencilla", dice la canción en la voz de una niña), porque "aburre"..., a menos que se soporte por la remuneración, entonces sí…

Algún (muchos) profesional se sentará hora tras hora tras el escritorio, mecánicamente, "sólo" por el sueldo…, no por vocación y amor, ni porque el trabajo dignifique, o porque sea un medio de servir al prójimo, de trasformar la sociedad para mejor, de ejercitar y desarrollar cualidades propias…, en fin…, sino por cuestiones tan básicas como el cubrir las necesidades de subsistencia que vende la cultura del consumo.

Lamentablemente se pierden todo lo demás, lo realmente importante, lo trascendente que puede haber detrás de lo ordinario, detrás de la "rutina" que, buscándole sentido sobrenatural, pasa de ser pesada...

Por cierto, con esa filosofía negativa, se acaban muchos matrimonios actualmente, cuando dicen:-"mi esposa o esposo ya no me divierte, se acabó el amor" (¿amor?), -"la rutina conyugal ya me aburre, rompamos y busquemos una nueva relación, que durará mientras me divierta", y así una y otra vez…

Cuánta tergiversación del sentido de la vida humana, y de ausencia en la sociedad Occidental de las cualidades del "borrico" con toda su teología… Pero, en épocas de grandes crisis, grandes santos..., que harán florecer y fructificar la huerta… Vale!

Joan dijo...

Gracias a los dos por vuestros comentarios

Anónimo dijo...

En la sociedad de la soberbia y los peldaños, de los "trepas" y los aduladores, de los injustos y los prepotentes vestidos de corderos, el burro, el burrito, debe abrirse paso para, con paso firme, constante y decidido, conseguir que la carga que lleva sobre sus suaves lomos llegue a buen puerto. Sergio Sanjuán.

Anónimo dijo...

muy bueno.
Jesús V.

http://jesusvelez.wordpress.com