martes, 26 de junio de 2007

La "teología del borrico"

San Josemaría desarrolló toda una "teología del borrico".

En su profunda humildad, consideraba que a partir del día 2 de octubre de 1928 -fecha de fundación del Opus Dei- "el borrico sarnoso se dio cuenta de la hermosa y pesada carga que el Señor, en su bondad inexplicable, había puesto sobre sus espaldas. Ese día el Señor fundó su Obra" (Apuntes íntimos, n. 306).



Ante la belleza de la vocación recibida, crecía en él la humildad y -en la comparación- "se calificaba a sí mismo de 'burrito sarnoso', de 'trapo sucio', de 'instrumento inepto y sordo', de 'saco de miserias', de 'nada y menos que nada'. Se veía, en la presencia de Dios, como 'fundador sin fundamento', como 'fragilidad, más gracia de Dios', como 'un bobo muy grande'. Era, en suma, 'pobre fuente de miseria y amor', un 'pecador que ama con locura a Jesucristo'" (Vazquez de Prada, El fundador del Opus Dei, vol. I, Madrid, 2002, p. ).



La verdadera humildad no consiste en que nos despreciemos a nosotros mismos, sino en conocernos a nosotros mismos a la luz de Dios. Bajo esa iluminación aparecen nuestra miseria y nuestra grandeza. San Josemaría no encontró una imagen mejor que la del "burrito" para expresar esta realidad: "Puras matemáticas: José María = Borrico sarnoso" (Apuntes íntimos, n. 116).

Esta cariñosa autocalificación era sólo conocida por su confesor. Pertenecía a la esfera de su intimidad. Por esta razón, el suceso que experimentó en diciembre de 1931 le dio mucho que pensar. Así lo relata en sus apuntes íntimos:

"Octava de la Inmaculada Concepción, 1931: En la tarde de ayer, a las tres, cuando me dirigía al colegio de Santa Isabel a confesar las niñas, en Atocha por la acera de San Carlos, esquina casi a la calle de Santa Inés, tres hombres jóvenes, de más de treinta años, se cruzaron conmigo. Al estar cerca de mí, se adelantó uno de ellos gritando: "¡le voy a dar!", y alzaba el brazo, con tal ademán que yo tuve por recibido el golpe. Pero, antes de poner por obra esos propósitos de agresión, uno de los otros dos le dijo con imperio: "No, no le pegues". Y seguidamente, en tono de burla, inclinándose hacia mí, añadió: "¡Burrito, burrito!"
Crucé la esquina de Santa Isabel con paso tranquilo, y estoy seguro de que en nada manifesté al exterior mi trepidación interna. Al oírme llamar, por aquel defensor!, con el nombre —burrito, borrico— que tengo delante de Jesús, me impresioné. Recé en seguida tres avemarías a la Santísima Virgen, que presenció el pequeño suceso, desde su imagen puesta en la casa propiedad de la Congregación de San Felipe".

San Josemaría atribuyó el ataque a una acción diabólica, y la defensa a su Ángel Custodio. Sentirse llamar con ese mismo calificativo con el que el se ponía delante de Dios le reconfortaría y debió suponer un nuevo motivo para ahondar en la "teología del borrico".

En su reciente libro "En las afueras de Jericó", el cardenal Julián Herranz se muestra como un buen discípulo de san Josemaría. Varias anécdotas por él vividas y narradas nos lo confirman.


1. - El 4 de enero de 1961, el Papa Juan XXIII visitó la Congregación en la que trabajaba don Julián. Al entrar en su despacho, se fijó en una figurita de un burro que él tenía sobre la mesa. "- ¿Qué es esto?" -preguntó. "- Un burrito, Santidad. Me lo ha dado el fundador del Opus Dei, monseñor Escrivá, que les tiene gran aprecio. Al ver su cara de sorpresa , le expliqué que el Padre recordaba siempre que, mientras los hombres se negaron a dar posada a la Sagrada Familia, un borrico dio calor al Hijo de Dios en Belén, y que otro más lo llevó en su entrada triunfal por las calles de Jerusalén. Los borricos son animales de carga, le dije: humildes, recios, trabajadores, con las orejas tiesas hacia arriba, como antenas para captar las ondas divinas... Y concluí: - Nuestro Fundador nos anima a imitarlos para que trabajemos siempre con el alma mirando al Cielo, para escuchar bien las mociones de Dios. Juan XXIII tomó la figurilla entre las manos, la miró con cariño, tiró de las orejas hacia arriba, y me dijo, sonriendo: - Yo también quisiera ser un borriquito de Dios".

2. - Ese mismo burrito que tuvo entre sus manos Juan XXIII fue regalado por don Julián al Papa Juan Pablo II en la audiencia privada que éste le concedió el 2 de febrero de 1984.

- ¿Qué es eso?

- Santidad, considérelo un pequeño regalo. En sí no vale nada, pero es algo particularmente valioso y significativo para mí: un borriquillo que me dio el fundador del Opus Dei cuando entré al servicio de la Santa Sede en 1969, en los años de preparación del Concilio. Ahora es ya una reliquia (.../...) Me evoca la teología del borrico, que me hace mucho bien.

- ¿La teología del borrico? ¿Y en qué consiste esa teología? - Me preguntó con extrañeza el Papa.

- La aprendí de monseñor Escrivá hace muchos años. Él amaba mucho la figura del borrico por razones ascéticas: en su gran humildad, él se veía como un borrico sarnoso y, en su deseo de enseñarnos a santificar el trabajo ordinario, nos ponía el ejemplo del borrico de noria. Pero también lo amaba por razones claramente bíblicas: según la tradición, un borrico dio calor al Niño en la noche de Belén, junto a María y a José, cuando los hombres negaron posada a la Virgen que iba a traer al mundo a su Salvador; y fue igualmente un borrico el que llevó a Jesús encima durante su entrada triunfal en Jerusalén. Noté que la mirada del Papa pasaba de la extrañeza al interés, un intenso interés. Continué:

- El fundador del Opus Dei nos enseñaba a sus hijos que el Señor podía haber hecho esa entrada triunfal cabalgando sobre un caballo o, añadía a veces, en una cuadriga romana, pero prefirió hacerlo sobre un borriquito. Incluso cuando envió a dos de sus discípulos a la aldea de Betfagé para que desataran el jumento y se lo trajeran, añadió: y si alguien os pregunta por qué hacéis eso, responded que el Señor tiene necesidad de él. Se cumplía así la profecía de Zacarías y, al mismo tiempo, el Señor ensalzaba la figura mansa y sencilla del borriquillo: un animal de carga, humilde, obediente, duro en el trabajo, austero, que se contenta con poco y, a la vez, de trote decidido y alegre.

Me quedé callado, porque me pareció que ya había hablado mucho. Sin embargo, el Papa me animó: - Siga, siga.

-Santidad, si mira ese borriquillo, verá que tiene unas orejas finas y estiradas hacia arriba. Monseñor Escrivá comentaba que son como antenas levantadas al cielo para captar la voz de su amo, de Dios. Y es que, para ser Opus Dei, el trabajo ha de ser contemplativo: hecho en medio del mundo, pero en presencia de Dios.

Callé de nuevo, porque habíamos superado con creces el tiempo normal de las audiencias y acababa de entrar en el estudio el prelado de antecámara, para indicar discretamente que otras visitas esperaban.

Juan Pablo II se alzó con un gesto como de resignación y, mientras le besaba la mano y le pedía su bendición, añadió: - Tenemos que seguir hablando de esto" (Julián Herranz, En las afueras de Jericó, Rialp, Madrid 2007, pp. 319-20)

3. - Y hubo una ocasión para seguir hablando de ese argumento, aunque sucediera quince años más tarde. Don Julián había estado en Palestina y pensó regalarle al Santo Padre una figurita de un borriquillo que había comprado allí, en Jerusalén. Estaba próximo el Gran Jubileo de 2000.

- "Santo Padre, le traigo este borriquito de Palestina. Está hecho con madera del monte de los Olivos, de la zona concreta donde estaba Betfagé. Se lo traigo para que le lleve pronto a Jerusalén. Allí esperan al Vicario de Cristo, como hace dos mil años le esperaron a Él.

Juan Pablo II me escuchó sonriendo: noté claramente la sonrisa, a pesar de la rigidez facial que le producía su enfermedad de Parkinson. Y, a la vez que en su mirada se encendía la esperanza de poder cumplir ese vivísimo deseo durante el Gran Jubileo del año 2000 exclamó:

- ¡Qué bella idea"

(Julián Herranz, op. cit., p. 353)

Las anécdotas son suficientemente expresivas y condensan lo que se podría calificar de "teología del borrico".

miércoles, 20 de junio de 2007

Una homilia sobre san Juan Bautista

Para prepararos para la fiesta del próximo domingo, puede servirnos esta buena homilía que os transcribo a continuación: su autor es don Pedro Crespo: www.iglesiaendaimiel.com/default.htm


Natividad de San Juan Bautista (Domingo XII)
24 de Junio de 2.007
“En viento y en nada he gastado mis fuerzas”.

Celebramos en este domingo XII del tiempo ordinario la fiesta de la Natividad de san Juan Bautista, el Precursor del Señor. Creo que es una fiesta que nos invita a ser profetas de Dios, que dejan que Dios actúe en ellos.

Me llama mucho la atención, a estas alturas de finalización del curso pastoral, la expresión de la experiencia del profeta Isaías: “...en viento y en nada he gastado mis fuerzas”; expresión cabal para decir la sensación de fracaso, de no haber conseguido nada después de haber invertido muchas energías. No es raro que haya muchos cristianos que tengan esta experiencia: “No ha servido de nada después de todo lo que hemos hecho...”. Sin analizar las distintas causas que puede haber debajo de un fracaso pastoral: falta de respuesta de la gente, vivencia sociológica de la religión, adormecimiento de los cristianos de siempre... quiero señalar una cuestión que considero importante que reflejan las lecturas: el fracaso puede venir por no haber dejando actuar a Dios; hemos hecho mucho, pero no hemos dejado a Dios hacer nada; hemos gastado todas las fuerzas, pero no hemos invertido gracia. Al finalizar el curso nos podemos preguntar ¿qué hemos hecho este año?, ¿qué hemos impedido hacer a Dios?, ¿qué hemos dejado hacer a Dios?.

La fiesta de hoy: la Natividad de San Juan Bautista está en el solsticio de verano en perfecto paralelo con la Natividad de Jesucristo (en el solsticio de invierno); dos nacimientos que dejan claro que son obra de Dios. Son dos irrupciones de Dios, de su gracia, en la historia de los hombres.

Dios continúa llamando también hoy como refleja la primera lectura: “Estaba yo en el vientre y el Señor me llamó; en las entrañas maternas y pronunció mi nombre” y como dice el salmo responsorial que es precioso: “Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno. Te doy gracias porque me has escogido portentosamente...”.

Dios continúa llamando, como lo hizo con Juan Bautista, para que siga habiendo profetas en el mundo. La misión queda expresada por el hecho de que, según narra la segunda lectura, Juan predicaba un bautismo de conversión. Por eso es muy importante la denuncia que tiene que hacer el profeta del mal que hay en el mundo y en las personas en concreto. “Hizo de mi boca una espada afilada... me hizo flecha bruñida...”.

Por el sacramento del Bautismo todos participamos de la misión profética de Cristo (también de la sacerdotal y real); es decir, todos estamos llamados a anunciar y denunciar en nombre de Dios. ¡Qué importante es vivir y comprender los valores de Dios para tener claridad de ideas a la hora de detectar dónde nacen los males de la sociedad y del corazón humano! ¡Qué importante ser valientes para denunciar en nombre de Dios todos esos males! ¡Qué necesitado está el mundo de profetas! En nuestra sociedad crece la indiferencia, la indiferencia religiosa y social. Pasamos por la vida como si no viésemos determinadas situaciones.

Hace falta mucho convencimiento de que Cristo tiene razón para ser profetas. Hace falta mucha coherencia para denunciar sin tapujos tantas injusticias. Hace falta mucha valentía y arrojo para señalar el mal. Hace falta mucho amor para cambiar lo negativo. “¿En dónde están los profetas?”, decía una canción. ¿Dónde hemos escondido esta dimensión de nuestra fe?. Vivimos una relación con Dios privada e intimista, desencarnada de los aspectos sociales. Hay que sacar la fe a la calle, hay que decir que somos cristianos con nuestras opciones, con nuestras obras, con nuestras denuncias...

¿Será que no somos valientes por la conciencia de nuestras propias incoherencias? ¿Nos da miedo que nos digan nuestros propios fallos al denunciar los de los demás? Claro que para ser profetas hay que esforzarse por ser coherentes, de ahí nace cierta seguridad. Pero, ¿no será mas bien que no hay quien se deje guiar por Dios, como Jesús, como Juan Bautista?. Es mucho más grave este problema. Incoherencias tenemos todos y todos luchamos porque sean las menos posibles. Pero la ausencia de profetas en nuestra Iglesia ¿no se deberá más bien a que no nos dejamos seducir por Dios, arrastrar por él, guiar por él?. Él nos sigue llamado, pero no le podemos responder con nuestras propias fuerzas, con nuestras propias coherencias, nos hace falta su gracia, nos hace falta dejarnos empapar bien de su presencia, de sus valores...

Tremendo drama de nuestro cristianismo el que intento expresar: trabajamos en las cosas de Dios sin dejar que Dios trabaje en las nuestras. Tremendo drama el del profeta Isaías: “En viento y en nada he gastado mis fuerzas”. Es necesario plantearse que quizá no estemos haciendo las cosas según Dios. Experiencia imprescindible para crecer en la fe: “En realidad mi derecho lo llevaba el Señor, mi salario lo tenía mi Dios”. Es necesario darse cuenta que todo está en manos de Dios.

¡Qué descanso descubrir que todo está en manos de Dios, nosotros también!

jueves, 14 de junio de 2007

Ironman: el amor de un padre

tan_gente

Este video es la historia de un padre australiano cuya mayor ilusión era competir el Ironman de Australia al lado de su hijo, que había nacido con parálisis cerebral. Este padre nunca vio la situación de su hijo como un obstáculo y entrenó muy fuerte junto con su hijo durante varios años hasta que llego la hora. Teniendo ya aproximadamente 60 años se inscribió con su hijo al Ironman. Esta es una prueba para gente especialmente preparada; gente con mentalidad ganadora y con fuertes convicciones. Terminar el Ironman es algo en realidad sorprendente. La prueba está compuesta por tres partes comenzando casi siempre al amanecer:
1.- Nadar en el mar o en un lago un tramo de 4 Km (con el frío de la mañana).
2.- Salir de nadar y tomar la bicicleta de ruta y recorrer un trayecto de 180 Km ininterrumpidos, con subidas y bajadas muy pesadas.
3.- Terminando la ruta de bicicleta, se finaliza la prueba con un maratón de 42,5 Km, agotador tanto física como mentalmente.
Los campeones del mundo lo hacen en 8 horas 15 minutos aproximadamente. Un no campeón suele terminar su primer Ironman en un tiempo de 12 horas. El australiano de la historia lo terminó en casi 17 horas, con las autopistas, circuitos, etc. cerrados todavía para el transito habitual, pues en este caso, al ver la prueba y quien la estaba ejecutando, los dejaron cerrados hasta que terminara por completo, ¡y se hizo de noche! Lo más bonito y sorprendente de esta persona y las que hacen este tipo de eventos, es que son personas más fuertes mentalmente que físicamente: ¡y logró terminarlo con su hijo! Es realmente extraordinario lo que hizo.



En la víspera de la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús

La profecía de Ezequiel

Ezequiel 36:
24 Y yo os tomaré de las naciones, y os recogeré de todas las tierras, y os traeré a vuestro país.
25 Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias; y de todos vuestros ídolos os limpiaré.
26 Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne.
27 Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra.

Esta profecía se cumplió el día en que murió Jesucristo. Así lo explicaba Benedicto XVI el pasado Viernes Santo
“Esta es la profunda intención de la oración del Via Crucis: abrir nuestros corazones y ayudarnos a ver con el corazón”; agregó al Santo Padre, al explicar que “los padres de la Iglesia consideraban como el más grande pecado del mundo pagano la insensibilidad y la dureza de corazón. Por ello amaban al Profeta Ezequiel, que decía: ‘Os arrancaré el corazón de piedra y os daré un corazón de carne’”.

Benedicto XVI añadió que “Convertirse a Cristo quería decir recibir un corazón de carne, sensible a la pasión y el sufrimiento de los otros. Nuestro Dios no es un Dios lejano, intocable en su beatitud, sino que tiene un corazón”.

“Más aún, tiene un corazón de carne, se ha hecho carne precisamente para poder sufrir con nosotros y estar con nosotros en nuestros sufrimientos”, agregó.

“Se ha hecho hombre para darnos un corazón de carne y despertar en nosotros el amor por los sufrientes y necesitados. Oremos por todos los sufrientes del mundo, para que Dios nos de realmente un corazón de carne, nos haga mensajeros no sólo con las palabras sino con toda nuestra vida”, concluyó el Santo Padre.

De su corazón traspasado brotó sangre y agua
Jesús confió a santa María Faustina el significado de los dos rayos de luz, roja y blanca, que manaban de su costado y que quedaron reflejados en la imagen que mandó pintar:
Los dos rayos significan la Sangre y el Agua. El rayo pálido simboliza el Agua que justifica a las almas. El rayo rojo simboliza la Sangre que es la vida de las almas... Ambos rayos brotaron de las entrañas más profundas de Mi misericordia cuando Mi Corazón agonizante fue abierto en la cruz por la lanza. Estos rayos protegen a las almas de la indignación de Mi Padre. Bienaventurado quien viva a la sombra de ellos, porque no le alcanzará la justa mano de Dios" (Diario,299)
Vivir a la sombra de esos rayos significa tanto como frecuentar los sacramentos, en especial los de la Reconciliación y de la Eucaristía.
Un mandato y una promesa para los sacerdotes:
proclamar la misericordia de Dios
Diles a Mis sacerdotes que los pecadores más empedernidos se ablandarán bajo sus palabras cuando ellos hablen de Mi misericordia insondable, de la compasión que tengo por ellos en Mi Corazón" (Diario,1521)
Rom 6, 3-4: ¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva.


lunes, 11 de junio de 2007

Carta del Prelado (Junio 2007)

En los días pasados, continuando con los viajes pastorales en algunos fines de semana, he podido ir a Estocolmo. También en aquellos «pueblos fríos del norte de Europa» (Camino, n. 315) —así se expresaba San Josemaría hace muchos años— va difundiéndose el espíritu de la Obra. No dudo de que se expresaba con esos términos sólo porque se llegaba a esas latitudes con el ignem veni mittere in terram (Lc 12, 49) que había aprendido de Jesucristo. He dado muchas gracias a Dios, porque nos ayuda a comprobar el cumplimiento de los sueños de nuestro Padre. Y a participar activamente además en su realización, mediante la oración, la mortificación optimista y generosa, y el cumplimiento de los deberes propios de cada uno. Procedamos siempre así, bien unidos a todos los cristianos y entre nosotros, colaborando en la expansión de la Iglesia por todo el mundo.

La raíz de la eficacia sobrenatural, lo sabemos bien, se robustece con una intensa y profunda vida interior, fruto de la acción del Espíritu Santo en las almas. Por eso, ¡qué importante es que acudamos cada día con más intimidad a la Tercera Persona de la Santísima Trinidad!

Hacemos nuestra la tradición del rezo en la Iglesia del Trisagio Angélico, con el buen deseo de unirnos a la alabanza y a la acción de gracias que la humanidad entera tiene el deber de dirigir a nuestro Dios, tres veces Santo, que nos ha creado y redimido, y que está empeñado en llevar a término la tarea de nuestra santificación. Esforcémonos en aprovechar con mucha intensidad estos días; empeñémonos con todas nuestras fuerzas en convertir las veinticuatro horas de la jornada en un canto de gloria a la Trinidad Beatísima. Repitamos a menudo, con la boca o con el corazón, las palabras de la liturgia: Sanctus, Sanctus, Sanctus Dominus Deus Sabaoth. Pleni sunt caeli et terra gloria tua! (Misal Romano, Ordinario de la Misa); Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios del universo. Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.

La meditación del misterio de la Santísima Trinidad debería ser alimento habitual de las almas cristianas. San Agustín afirma que «éste es nuestro gozo cumplido y no hay otro mayor: gozar de la Trinidad de Dios, a cuya imagen hemos sido hechos» (Sobre la Trinidad, I, 18). Como expone gráficamente la Sagrada Escritura, los que procuran conducirse en sus pensamientos y acciones según Dios, son como un árbol plantado al borde de las aguas, que da fruto a su tiempo, y no se marchitan sus hojas (Sal 1, 3). Con una referencia clara y constante al Dios Uno y Trino, fin último de nuestra vida, todo lo que cumplamos en la tierra —por poco importante que aparezca a los ojos humanos— adquiere un gran valor. Al Señor le interesa todo lo nuestro, nos sigue con la infinita delicadeza de su Amor y de su Misericordia.

San Josemaría, especialmente durante los últimos años de su vida terrena, aludía con mucha frecuencia a este punto de la fe cristiana. «Si estamos en gracia —decía, por ejemplo, en 1972—, el Espíritu Santo está en medio de nuestra alma, dando carácter sobrenatural a todas nuestras acciones. Y, con el Espíritu Santo, están el Padre y el Hijo: la Trinidad Beatísima, que es un solo Dios. Somos templo de la Trinidad, y podemos hablar con Dios sencillamente, sin hacer ninguna rareza, poniéndonos sobre nosotros mismos, pisándonos a nosotros mismos, como se pisa la uva en el lagar, porque no somos nada. Nos metemos allí, en el fondo de nuestra alma, para contarle lo que nos pasa: pidiendo, adorando, desagraviando, amando» (Apuntes de la predicación oral, 12-X-1972).

Acudamos con íntima y fuerte devoción a la Santísima Trinidad en los próximos días. Esta disposición nos ayudará también a prepararnos para saborear con fruto sabroso las otras grandes solemnidades litúrgicas de este mes: la del Corpus Christi y la del Sagrado Corazón de Jesús. Crecer en piedad eucarística significa ahondar en el misterio de la Santísima Trinidad, pues —como recuerda el Papa en su reciente exhortación apostólica sobre la Sagrada Eucaristía— «la primera realidad de la fe eucarística es el misterio mismo de Dios, el amor trinitario (...). En la Eucaristía, Jesús no da "algo", sino a sí mismo; ofrece su cuerpo y derrama su sangre. Entrega así toda su vida, manifestando la fuente originaria de este amor divino» (Benedicto XVI, Exhort. ap. Sacramentum caritatis, 22-II-2007, n. 7).

¡Cómo se pasmaba San Josemaría, diariamente, al contemplar la presencia y la acción de Dios Trino en los textos de la Misa! Nos lo escribió en una de sus homilías, y nos señaló que «esta corriente trinitaria de amor por los hombres se perpetúa de manera sublime en la Eucaristía (...). La Trinidad entera actúa en el santo sacrificio del altar» (Es Cristo que pasa, n. 85). Amaba detenerse, de modo especial, en la actuación del Gran Desconocido, anhelando que dejara de serlo para los cristianos. Animaba a todos a dirigirse más y con mayor continuidad a cada Persona divina, distinguiéndolas sin separarlas, porque «toda la Trinidad está presente en el sacrificio del Altar. Por voluntad del Padre, cooperando el Espíritu Santo, el Hijo se ofrece en oblación redentora. Aprendamos a tratar a la Trinidad Beatísima, Dios Uno y Trino: tres Personas divinas en la unidad de su substancia, de su amor, de su acción eficazmente santificadora» (Ibid., n. 86).

Benedicto XVI nos insiste en que «es necesario despertar en nosotros la conciencia del papel decisivo que desempeña el Espíritu Santo (...) en la profundización de los divinos misterios» (Exhort. ap. Sacramentum caritatis, 22-II-2007, n. 12). Y puntualiza el Santo Padre: «Es muy necesario para la vida espiritual de los fieles que tomen conciencia más claramente de la riqueza de la anáfora: junto con las palabras pronunciadas por Cristo en la última Cena, contiene la epíclesis, como invocación al Padre para que haga descender el don del Espíritu a fin de que el pan y el vino se conviertan en el cuerpo y la sangre de Jesucristo, y para que "toda la comunidad sea cada vez más cuerpo de Cristo". El Espíritu, que invoca el celebrante sobre los dones del pan y del vino puestos sobre el altar, es el mismo que reúne a los fieles "en un solo cuerpo", haciendo de ellos una ofrenda espiritual agradable al Padre» (Ibid., n. 13).

¿Cómo podemos apropiarnos de esa Vida divina que desciende del cielo a la tierra en la Santa Misa, y que se nos entrega a cada uno en la Comunión sacramental? Preparándonos lo mejor posible para recibir al Señor y cuidando con esmero la acción de gracias después de la Misa. Pensad que, en esos pocos minutos en los que Jesucristo se encuentra sacramentalmente presente dentro de nosotros, se realiza la unión más íntima que cabe imaginar entre el Creador y la criatura. Y esa unión se prolonga luego durante la jornada, gracias a la acción del Espíritu Santo. ¿Son tus genuflexiones un acto de rendida adoración? ¿Salen de tu alma actos de fe, de esperanza, de caridad? Pidamos como Dimas, el buen ladrón, que Jesús se acuerde de nosotros y que nosotros le tengamos muy presente. La Eucaristía es manifestación de la infinita misericordia de Dios; no sólo no nos rechaza, sino que, al entregársenos como alimento, nos identifica con Él: deseemos que sea éste nuestro vivir.«Cuando hayáis comulgado, y el corazón se os vaya a dar gracias a Dios —enseñaba San Josemaría—, considerad que habéis recibido la Humanidad Santísima de Jesucristo —su Cuerpo, su Sangre, su Alma— y su Divinidad; y, con Jesucristo, toda la Trinidad, porque el Padre, y el Hijo, y el Espíritu Santo son inseparables. Pensad que, al destruirse las especies sacramentales, desaparece la presencia real, pero queda en nuestras almas y en nuestros cuerpos —que son su templo (cfr. 1 Cor 3, 16)— Dios Espíritu Santo.»

Ya veis: no sólo pasa Dios, sino que permanece en nosotros. Por decirlo de alguna manera, está en el centro de nuestra alma en gracia, dando sentido sobrenatural a nuestras acciones, mientras no nos opongamos y lo echemos de allí por el pecado. Dios está escondido en vosotros y en mí, en cada uno» (Apuntes de la predicación oral, 8-XII-1971).

Estos consejos de nuestro Padre nos ayudarán a prepararnos para su fiesta, el próximo día 26. Pedid su intercesión para que cada una, cada uno, demos un decidido paso adelante en nuestra vida espiritual, que se resume en conocer, tratar y amar a la Trinidad en la tierra, para gozar luego de Dios por toda la eternidad.En otro orden de cosas, como sabéis, el 14 de este mes cumpliré, si Dios quiere, setenta y cinco años. El mejor regalo que podéis ofrecerme es una oración más intensa. Pedid al Señor que me perdone por las veces que no le he dado el amor que Él esperaba, que siga enviándome su gracia, que trate con mayor intimidad a Dios Padre, a Dios Hijo, a Dios Espíritu Santo, y a Santa María, Madre nuestra.Grande ha sido mi alegría la semana pasada, en la ordenación presbiteral de treinta y ocho diáconos de la Prelatura. Ahora hemos de apoyarles aún más, para que sean santos sacerdotes de Jesucristo. He tenido muy presentes a los tres primeros sacerdotes, y les he rogado que, como respondieron ellos, así queramos —todas y todos— dar mayor consistencia al contenido de nuestra alma sacerdotal; es decir, mayor trato con el Maestro, más afán de almas y una perseverancia que nada haga desfallecer (cfr. Camino, n. 934).

Seguid rezando por mis intenciones; por la Iglesia y por el Romano Pontífice, por la santidad de los sacerdotes y de todos los fieles, por la extensión de la Iglesia en el mundo entero.Con todo cariño, os bendicevuestro Padre+ JavierRoma, 1 de junio de 2007.

La devoción al Sagrado Corazón de Jesús


El fundamento de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús es tan antiguo es tan antiguo como el mismo cristianismo (Benedicto XVI, Carta con motivo del 50 aniversario de la enc. Haurietis aquas). Todo discípulo de Cristo que contempla «al que traspasaron» (Juan 19, 37; Cf. Zacarías 12, 10), es decir, a Jesús crucificado y medita en la lanzada con la que atravesaron su costado del que «salió sangre y agua» no puede sino amar ese Corazón.
Ciertamente, esta devoción ha ido en aumento en el transcurso de los siglos. Podría decirse que esta difusión ha corrido paralela al desarrollo de las ideologías iluministas de signo ateo y laicista. En el siglo XVII, san Juan Eudes y santa Margarita de Alacoque promovieron enormemente esta devoción y, con su impulso, llegaron a fundarse centenares de asociaciones y congregaciones cuya espiritualidad giraba en torno a ella. Santa Margarita (1675) escuchó las promesas de Jesús acerca de los beneficios que recibirían quiénes oyeran la santa Misa durante los 9 primeros viernes de mes.
Desde entonces son muchos los santos que han secundado esa espiritualidad. En España la Providencia movió los corazones de algunos santos para que difundieran esta devoción a principios del siglo XX y para que se consagrara España al Sagrado Corazón. El Rey Alfonso XII apoyó finalmente esta iniciativa y realizó esta consagración ante el monumento del Cerro de los Ángeles, el 30 de mayo de 1919. Santa Maravillas, monja carmelita descalza recibió la misión de fundar un convento en el Cerro de los Ángeles, con el fin de venerar y cuidar del monumento del Sagrado Corazón, que estaba amenazando ruina. En el verano de 1936, milicianos republicanos fusilaron la imagen de Jesús y dinamitaron el monumento reduciéndolo a ruinas.
Aproximadamente por aquellas fechas, la Virgen María promovía idéntico devoción en Fátima y una joven polaca recibía también la misión de difundir en el mundo esta devoción y de proclamar la divina misericordia. Una noche en la que María Faustina rezaba en su celda, se le apareció Jesús vestido de blanco. Mientras le bendecía con una de sus manos con la otra tocaba su vestido a la altura del corazón, del que surgían dos grandes rayos, uno rojo y otro de color pálido blanco. Jesús le dijo: "Pinta una imagen según lo que ves con la firma: Jesús, en ti confío. Deseo que esta imagen se venere primero en tu capilla, y luego en todo el mundo. Y prometo que las almas que venerarán esta imagen no perecerán, y la victoria caerá sobre sus enemigos aquí en la tierra, especialmente en la hora de su muerte. Yo los defenderé como Mi propia gloria".

Después del Concilio Vaticano II, la devoción al Sagrado Corazón entró en crisis, como muchas otras devociones populares. Sin embargo, los Papas no han dejado de ensalzar ese culto. El Papa Juan Pablo II canonizó a santa María Faustina y también instituyó el segundo domingo de Pascua como Domingo de la Divina Misericordia, secundando un deseo expreso de Jesús comunicado a la santa.
Y el Papa Benedicto XVI, el 15 de mayo de 2006, explicó que esta devoción no puede desaparecer nunca porque coincide con la esencia del cristianismo:
«En la encíclica «Deus caritas est» he citado la afirmación de la primera carta de san Juan: “Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él” para subrayar que en el origen de la vida cristiana está el encuentro con una Persona (Cf. n. 1). Dado que Dios se ha manifestado de la manera más profunda a través de la encarnación de su Hijo, haciéndose “visible” en Él, en la relación con Cristo podemos reconocer quién es verdaderamente Dios (Cf. encíclica Haurietis aquas, 29-41; encíclica «Deus caritas est, 12-15). Es más, dado que el amor de Dios ha encontrado su expresión más profunda en la entrega que Cristo hizo de su vida por nosotros en la Cruz, al contemplar su sufrimiento y muerte podemos reconocer de manera cada vez más clara el amor sin límites de Dios por nosotros: “tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Juan 3, 16).«Por otro lado, este misterio del amor de Dios por nosotros no constituye sólo el contenido del culto y de la devoción al Corazón de Jesús: es, al mismo tiempo, el contenido de toda verdadera espiritualidad y devoción cristiana. Por tanto, es importante subrayar que el fundamento de esta devoción es tan antiguo como el mismo cristianismo. De hecho sólo se puede ser cristiano dirigiendo la mirada a la Cruz de nuestro Redentor, “a quien traspasaron” (Juan 19, 37; Cf. Zacarías 12, 10). La encíclica Haurietis aquas recuerda que la herida del costado y las de los clavos han sido para innumerables almas los signos de un amor que ha transformado cada vez más incisivamente su vida (Cf. número 52). Reconocer el amor de Dios en el Crucificado se ha convertido para ellas en una experiencia interior que les ha llevado a confesar, junto a Tomás: “¡Señor mío y Dios mío!” (Juan 20, 28), permitiéndoles alcanzar una fe más profunda en la acogida sin reservas del amor de Dios (Cf. encíclica «Haurietis aquas», 49).» (Benedicto XVI, carta citada).

El fin de semana pasado se celebró en Barcelona un Congreso internacional sobre el Sagrado Corazón de Jesús, bajo el título Cor Iesu, fons vitae y en el Centro de Espiritualidad de Valladolid durante esta semana está teniendo lugar otro congreso titulado “Dios tiene corazón. Dios es amor”.

lunes, 4 de junio de 2007

Alegoría para remontar el vuelo

Os transcribo la dirección de un blog en el que podréis encontrar algunas alegorías que os permitan remontar el vuelo o, por lo menos, alzar la vista hacia las alturas.

rsanzcarrera.wordpress.com/tag/alegorias/

Un saludo